El oficio de escribir
Todo proceso creativo, sea en
literatura, en ingeniería, en informática o incluso en el amor, respeta siempre
un mismo modelo: el ciclo de la naturaleza. A continuación, enumero las etapas
de ese proceso:
ARADO DEL CAMPO: en el momento en
que se revuelve el suelo, el oxígeno penetra donde antes no podía. El campo
gana un nuevo aspecto, la tierra que estaba encima ahora está debajo y lo que
estaba debajo se ha transformado en superficie. Este proceso de revolución
interior es muy importante, porque de la misma manera que el nuevo rostro de
aquel campo verá la luz del sol por primera vez y se deslumbrará con ella, una
revaluación de nuestros valores nos permitirá ver la vida con inocencia y sin
ingenuidad. Así estaremos preparados para el milagro de la inspiración. Un buen
creador tiene que estar siempre removiendo sus valores, y jamás contentarse con
aquello que cree entender.
LA SIEMBRA: toda obra es fruto del contacto con la vida. El hombre creador no puede encerrarse en una torre de marfil; precisa estar en contacto con el prójimo y compartir su condición humana. Nunca sabrá de antemano cuales son las cosas que serán importantes en el futuro, de modo que cuanto más intensa sea su vida, más posibilidades tiene de encontrar un lenguaje original. Le Corbusier decía que “mientras el hombre quiso volar imitando a los pájaros, nunca lo consiguió”. Lo mismo pasa con el artista: aun cuando sea un traductor de emociones, no conoce completamente el lenguaje que está traduciendo, y si intenta imitar o controlar la inspiración jamás llegara a donde desea. Necesita permitir que la vida siembre el campo fértil de su inconsciente.
LA SIEMBRA: toda obra es fruto del contacto con la vida. El hombre creador no puede encerrarse en una torre de marfil; precisa estar en contacto con el prójimo y compartir su condición humana. Nunca sabrá de antemano cuales son las cosas que serán importantes en el futuro, de modo que cuanto más intensa sea su vida, más posibilidades tiene de encontrar un lenguaje original. Le Corbusier decía que “mientras el hombre quiso volar imitando a los pájaros, nunca lo consiguió”. Lo mismo pasa con el artista: aun cuando sea un traductor de emociones, no conoce completamente el lenguaje que está traduciendo, y si intenta imitar o controlar la inspiración jamás llegara a donde desea. Necesita permitir que la vida siembre el campo fértil de su inconsciente.
LA MADURACIÓN: existe un tiempo en
el que la obra se escribe sola, con libertad, en el fondo del alma del autor,
antes de que este se atreva a manifestarla. En el caso de la literatura, por
ejemplo, el libro está influenciando al escritor y viceversa. Es a este momento
que el poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade se refiere cuando dice que
jamás debemos intentar recoger los versos que se pierden, pues ellos no
merecían ver la luz del día. Conozco a gente que durante la maduración se pasa
tomando notas compulsivamente de todo lo que le pasa por la mente, sin respetar
aquello que está siendo escrito en el inconsciente. El resultado es que las
notas, frutos de la memoria, terminan obstaculizando a los frutos de la
inspiración. El creador necesita respetar el tiempo de gestación, aun cuando
sepa _al igual que el agricultor_ que él solo tiene un control parcial de su
campo; está sujeto tanto a sequías como a inundaciones. Pero, si sabe esperar,
la planta más fuerte, la que resistió a la intemperie, saldrá a la luz con toda
su fuerza.
LA COSECHA: es el momento en el que
el hombre manifestará en un plano consciente aquello que sembró y dejó madurar.
Si recoge antes, la fruta estará verde. Si recoge después, la fruta estará
podrida. Todo artista sabe reconocer la llegada de este momento; aun cuando
ciertas preguntas no hayan aún madurado lo suficiente, ciertas ideas aún no
estén claras y cristalinas, ellas se irán reorganizando a medida que la obra va
siendo hecha. Sin miedo y con disciplina, él entiende que es preciso trabajar
de sol a sol hasta que su obra esté completa.
¿Y qué hacer con los resultados de
la cosecha? De nuevo miramos a la Madre Naturaleza: ella comparte todo con todos.
Un artista que quiere guardar su obra para sí mismo no está siendo justo con lo
que recibió en el presente ni con la herencia y las enseñanzas de sus
antepasados. Si dejamos los granos almacenados en el granero, acabarán por
podrirse, aun cuando hayan sido recogidos en el momento adecuado. Cuando la
cosecha termina, llega el momento en que es preciso dividir, sin miedo ni
vergüenza, su propia alma.
Esa es la misión del artista, por
más dolorosa o gloriosa que sea.
Paulo Coelho
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